domingo, 27 de abril de 2008

Dailan kifki sobre alfombras rojas

Recuerdo muchas visitas a la Feria del Libro, aunque no puedo contar ninguna que me haya gustado del todo. Siempre había un pero.
Cuando era chica, me llevaban con el colegio. La primera vez que fui al predio de la Rural, a los nueve años, me fascinaron las alfombras rojas. Formados en una fila de nenas y otra de varones, los chicos de cuarto grado recorrimos el salón semi-vacío, stand por stand. Pero los libros estaban en un segundo plano. La vedette de la excursión era el picnic en los lagos de Palermo, que venía después de la Feria.
La segunda vez, al año siguiente, sí fue una salida “para ver libros”. Una de mis amigas compró una edición de Tarzán con ilustraciones y otra una de La zorra y las uvas, también con dibujos. A mí me gustó un libro de María Elena Walsh, Dailan Kifki, que conocía a medias porque nos habían leído un capítulo en la clase de lengua. Pero no lo compré porque no había entendido bien si mi mamá me dejaba gastar o no la plata que había llevado. Cuando llegué a casa, ella me preguntó: ¿Por qué no te lo compraste si para eso te di plata? Cosas que pasan. Después mi abuela me lo regaló para Navidad y Dailan Kifki se ganó el mismo respeto que la más linda de las barbies. Fue mi biblia durante esas vacaciones de verano y lo leí hasta casi saberlo de memoria.
Las maestras de la primaria nos llevaron a la Feria del libro hasta séptimo grado; pero la verdad es que para mí era siempre lo mismo.
Después pasaron varios años hasta que volví a ir. Tenía 17, estaba terminando el último año de la secundaria y fui con una amiga. Ya sabía qué quería estudiar “cuando sea grande” y ahí sí descubrí muchas cosas que me interesaban. Pero no podía comprar nada, era el otoño del 2002, posdevaluación, el imperio del patacón y la polenta. Pero bueno, para pasear valió la pena: fue como mirar ropa en un shopping y probarse todo para después no comprar nada.
A los 19, volví. Pero descubrí que la Feria del Libro no era lo que yo esperaba que fuese, o lo que creía que era. Dicen que su objetivo es acercar a la gente a la lectura. Pero... Para mí, una tarde ahí adentro significaba caminar y leer contratapas de diferentes ediciones hasta salir abombada. Al principio era entretenido, todo me gustaba, pero después me quedaba con miles de ideas de cosas que me habían gustado flotando en la cabeza. Alguna vez compré algo como para llevarme un souvenir. Los libros que vendían eran los mismos que había en cualquier librería pero sólo con más show. Cuando había alguna novedad, era incomprable y no acaparaba mi atención. Algunos dicen que allí conseguís cosas que en otros lugares no hay. Yo, no sé. También me fastidiaba que hubiese tanta gente, había que pelearse para ver algo. Mi mamá se paraba a ver el stand de Radio Mitre para conocer a los conductores que transmitían el programa en vivo desde ahí. Se parecía más a un parque de diversiones que a una feria del libro. ¿Alguien se irá de allí con la sensación de que leer es lindo y divertido? ¿Alguien logrará entretenerse sólo con un libro, después de venir de semejante bochinche? ¿Algún chico se enamorará de un libro como yo de aquel Dailan Kifki, o saldrán de allí corriendo, ansiosos por jugar a la Play Station? ¿Es fiel la idea de la lectura que la gente se lleva de la Feria? La lectura es silencio, interiorización, talvez conversación con uno mismo. Y no ruido, música, promotoras lindas y escritores estrellas que firman libros.
No más Feria del Libro, decidí ese año. Pero volví a ir, aunque ya con la clara idea de que me gusta más enterrarme en alguna librería de Avenida Corrientes con olor a viejo, con olor a humedad, con olor a libros, que es lo que no hay en el predio ferial de la Rural. Visitar la Feria del libro no es lo mismo que enamorarse de los libros, aunque reconozco que mi enamoramiento por Dailan Kifki comenzó allí.
Mis mejores recuerdos de la Feria del libro son, definitivamente, las alfombras rojas y Dailan Kifki, un libro que adoré en la infancia y que me enseñó la sensación de leer algo placentero y el significado de la última página de una historia atrapante.