martes, 27 de mayo de 2008

Las tres ofrendas


Ocho años en Argentina no fueron suficientes para que el brasilero André Silva, pastor de la Iglesia Universal del Reino de Dios (IURD), pierda su acento portugués y domine el castellano. Sin embargo, su portuñol no es impedimento para que el domingo por la mañana cerca de 40 personas, en su mayoría mujeres, deseen escucharlo en la iglesia de Munro, en Vicente López, con la esperanza de que los ayude a quitar todas las cosas negativas de su vida.
Claro que André no puede solo. Necesita que los obreros –sus colaboradores- lo ayuden en la ceremonia y que los fieles pidan cantando al Espíritu Santo que interceda ante el Señor para que los libere de sus pecados.
A las 10.08 de la mañana comienza el tratamiento espiritual, tal como André llama a la reunión en su presentación ante el auditorio. Con pantalón de vestir azul oscuro ceñido al cuerpo, camisa blanca y corbata roja y azul, el pastor se aventura a comenzar el encuentro y pide a la gente que se acerque más a él. En la iglesia de paredes muy blancas, equipada con 228 butacas similares a las del cine y dos grandes parlantes, dos obreras y un obrero se apresuran para que a nadie le falten las hojas que contienen el estudio del día y la letra de un canto.
La Iglesia Universal del Reino de Dios, creada en Brasil en 1977 por el obispo Edir Macedo, profesa el culto evangelista neopentecostal y actualmente tiene sedes en 172 países. A pesar de su crecimiento y de su amplia aceptación entre los fieles, desde 1992 la Alianza Evangélica Portuguesa no la reconoce y tampoco lo hace la Iglesia Cristiana Pentecostal. En Argentina, la IURD cuenta con 80 templos, es dueña de la emisora de radio 1350, del semanario El Universal y emite su programa de televisión Pare de Sufrir por los canales América y América 24.
La música es un elemento central en las reuniones. “Ven hacia mí, levántame cuando estoy depre, ven a interceder por mí”, cantan los fieles con los ojos cerrados -una condición sine qua non-. André entona cada primera frase de la canción como ayuda memoria y luego todos juntos la repiten. Pero hay un momento en el que cada uno improvisa su propia plegaria. A pesar de que el pastor sigue cantando, cada persona habla de modo privado con el Señor –o con el Espíritu Santo-, en casi todos los casos en voz alta. Así lo hace una chica de unos 18 años, de pelo negro y tez blanca, que se balancea balbuceando con pasión quién sabe qué. “Si usted siente la necesidad de derramar sus lágrimas, nadie lo escuchará”, dice André. Y cuando abran los ojos, a muchas mujeres se les habrá corrido el maquillaje: lloraron, porque las han autorizado a desatar el nudo que tenían en la garganta. A la chica de 18 también le pasa.
La liberación del mal también se hace de modo tangible. Quienes concurrieron a la iglesia la semana anterior escribieron en una tela todo lo malo que necesitan dejar atrás y ahora deben depositarla en un recipiente –una pecera- con un líquido rojo que representa la sangre de Cristo. Mientras en los parlantes suenan las estrofas de una nueva canción, uno a uno los creyentes forman una fila y van dejando sus ropas, como André llama a las telas. “Son propósitos donde se escribe todo lo malo que se quiere abandonar, las angustias, el odio y las cosas negativas que todos sentimos, y que yo también siento, y eso que soy obrera”, explica Silvia, una mujer que supera los 50 y que para la ocasión luce una pollera y un saco azul haciendo juego y el pelo teñido casi de rubio.
En toda reunión hay un estudio, es decir, un tema a desarrollar, explicado en una fotocopia de una carilla que todos recibirán durante el encuentro. En este caso, el tópico es la ofrenda. Hay tres tipos de ofrendas: materiales, espirituales y físicas. Después de escuchar al pastor, todos comprenderán que ninguna en sí misma es suficiente. “¿De qué sirve que todos vengamos acá y seamos buenos y que cuando lleguemos a nuestras casas encontremos a nuestro esposo bebiendo y lo regañemos?”, pregunta retóricamente André y luego se alza con un “¿Quién entiende?”. Los que conocen el mecanismo pedagógico levantarán su mano rápidamente para decir que sí. Ese sistema se repetirá varias veces durante el desarrollo del estudio, que se lleva adelante con ejemplos relacionados con la vida cotidiana. La violencia familiar, el maltrato a los seres queridos, la infidelidad en la pareja, el alcoholismo y el fracaso económico serán nombrados varias veces por el pastor, al tiempo que las personas asentirán con sus cabezas como si efectivamente vivieran esas situaciones.
Una vez finalizado el tratamiento, el pastor pide a los obreros que traigan El Universal, la publicación semanal de la iglesia. “Si no puede dejar nada hoy, no importa, lo dejan cuando puedan”, dice. Habla de la ofrenda material, el dinero. Todos saben que aunque cumplan con las ofrendas físicas y espirituales, el Señor se enterará de que falta una de ellas, sin la cual las otras dos no tienen sentido. Un hombre de más de 60 años, encorvado, se acerca al altar y deja unas monedas en una bolsita de tela violeta, mientras que otro que podría ser su hijo saca de su bolsillo algunos billetes chicos y, entremezclado, como quien no quiere la cosa, uno de 100 pesos.

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